Según la mitología griega fue Cadmo el que dio la escritura a los hombres, a los hombres griegos, por supuesto, para los antiguos egipcios fue Thot.
En 1929 el arqueólogo alemán Julius Jordan encontró una enorme cantidad de tablillas con escritura simbólica en la ciudad de Uruk, Mesopotamia, región entre los ríos Tigris y Eufrates, estaban datados en unos 5.000 años. A lo largo del siglo XX se siguieron encontrando en Turquía y Pakistán, alguna de ellas de hace 9.000 años. Incluso en la República Democrática del Congo se encontraron huesos tallados con escritura menos sofisticada con unos 20.000 años, se trataba del peroné de un babuino.
Los que habéis asistido a mis clases, y no os quedasteis dormidos, ya me habéis oído decir que los primeros retazos de escritura datan de aproximadamente del año 3.300 a.C., y que se trataba de una tablilla sumeria, es decir, de hace unos 5.300 años.
La arqueóloga Denise Schmandt-Besserat pudo comprender que estas tablillas tenían algo en común, se trataba de inscripciones que reproducían, cada una de ellas, un bien.
Eran apuntes que representaban el movimiento de una oveja, es decir, el envío, el de una cabra, distintos tipos de grano, madera, especias, vasijas, panes…, y sus precios. Posiblemente se tratara de un albarán de entrega, o una factura, o incluso de un contrato que refleja una transacción, pero de lo que no me cabe duda es de que, fuera lo que fuera, contenía un inventario detallado de mercancías. La gente de Uruk, no cabe duda, eran gente muy seria.
Un inventario.
Por lo tanto, no fue un regalo de Cadmo o de Thot.
Y todavía me encuentro restaurantes en los que no se hacen inventarios de la materia prima.